El boliche del Polaco Villalba es un refugio para aquellos hombres que no encuentran un techo amigo en otros boliches. Es una gran familia que se separa del mundo algunas horas por día, para entregarse al delicado estado de la amistad sincera, de las sonrisas compartidas, de las tablas de picada, del pedazo de carne que se come entre todos. De esos cubitos que se van manoseando hasta acabar en los vasos que abonan la sospecha de que todo en el mundo está bien, a pesar de saber que esto es una mentira.

Queda en General Villegas, en una esquina en la periferia del pueblo, donde los perros ladran a todo lo que pasa. No entran mujeres, no porque esté prohibido, sino porque ninguna se ha animado. Hay cientos de cuadros colgados en el salón, glorias deportivas, pero también, ilustres fracasados del boxeo y el balompié. Catedral de las copas de frontera, ring side de anécdotas incomprobables, fábrica de apodos. Detrás del mostrador, el Polaco aprueba todo este nihilismo esperanzador limpiándolo con su repasador.